#DesdeElAlma Septiembre 28 de 2025
Mauricio Molinares Cañavera
Refugio
Hay palabras que no se olvidan. Frases que se nos quedan tatuadas en el alma porque nos acompañaron desde la niñez. En mi caso, el versículo que fue insignia de mi colegio aún resuena como un eco profundo: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación” (Salmo 90:1). Crecí viéndolo en carteleras, escuchándolo en actos cívicos y repitiéndolo en oraciones. Era más que un lema institucional: era un recordatorio de que la vida necesita un refugio sólido para sostenerse.
Con los años descubrí que esa palabra —refugio— no significa huida, ni esconderse del mundo. Al contrario: un refugio es ese espacio donde uno recupera fuerzas para enfrentar la tormenta. Lo entendieron, de manera dramática, 38 judíos que durante la Segunda Guerra Mundial se ocultaron en una cueva subterránea en Ucrania, conocida como Priest’s Grotto. Allí pasaron 344 días sin ver la luz del sol, con frío, hambre y silencio forzado. Una niña llamada Pepkala Blitzer salió de la cueva sin recordar lo que era la claridad del día. Ese refugio no fue cómodo, pero fue seguro. Fue la diferencia entre la vida y la muerte.
La vida nos enseña que, tarde o temprano, todos necesitamos un refugio así: no siempre bonito, no siempre agradable, pero sí firme y protector. Y ese es el verdadero significado del versículo que acompañó mis años escolares: las generaciones cambian, los escenarios se transforman, pero Dios sigue siendo el mismo refugio. Allí encontramos la seguridad que ningún título, logro o recurso humano puede garantizar.
En Él, la vida siempre halla un lugar donde descansar.
