DESDE EL ALMA
Un espacio donde la razón y la emoción conversan con honestidad.
Por Mauricio Javier Molinares Cañavera
El Camino de la Espera
Un hombre caminó con el alma desgarrada por las colinas de Galilea. Desde Capernaúm hasta Caná —un día entero de trayecto— buscaba la última esperanza: su hijo agonizaba. Al encontrar a Jesús, le rogó que lo acompañara. Pero Jesús no fue. Solo pronunció unas palabras: “Ve, tu hijo vive”.
Esta magnífica historia puede leerse en el evangelio de Juan, capítulo 4. Y debo confesar que es una de las historias que más he entendido ahora que soy padre. Porque solo cuando se ama con esa intensidad se comprende el peso de caminar sin certezas, aferrado únicamente a una palabra que sostiene la esperanza.
Ahora imagínalo de regreso. Kilómetros de polvo y silencio. Cada paso era una batalla entre la duda y la fe. No llevaba pruebas en sus manos, apenas una promesa en el corazón. Ese camino se convirtió en su verdadero examen: creer sin ver, confiar sin evidencias.
Muchas veces hemos recibido una palabra de Dios y, aunque el milagro ya está anunciado, nos corresponde atravesar el valle de la espera. Ese tiempo sin relojes donde el corazón late más fuerte, donde aprendemos que Su voz pesa más que lo que muestran nuestros ojos.
Charles Stanley escribió: “Aunque las pruebas sean dolorosas, quienes se aferran a Dios se beneficiarán de ellas”.
Y entonces, en medio de la incertidumbre, llegaron los criados a su encuentro con la noticia: “Tu hijo vive”. Fue sanado exactamente a la misma hora en que Jesús había dado la palabra el día anterior.
La fe no se mide cuando suplicamos el milagro, sino cuando seguimos caminando después de haber escuchado Su voz. Porque es en el trayecto de regreso donde se prueba el corazón… y es en la hora precisa de Su palabra donde el milagro se manifiesta.